La hora de los justos

EL ESLOGAN patriarcal de «preservar el derecho a la vida», aunque sea entre los barrotes de la cadena perpetua, convierte al legislador en una figura totémica. Por ejemplo Gallardón, cuyas bulímicas reformas de la Justicia se resienten de la moral y de la ideología. Podrá objetarse que muchas de ellas figuraban en el programa electoral, pero cuesta trabajo sustraerlas a la tentación del oportunismo y del populismo. Oportunismo porque Gallardón asume la hiperactividad reformista en ausencia del mesianismo económico. Populismo porque se incitan y cultivan contradictoriamente los instintos justicieros de Celtiberia.

La propuesta intimidatoria de la «prisión permanente» representa un caso inequívoco. Viene a complacerse la expresión plebiscitaria de «pudrirse en la cárcel», a cuestionarse ciertas garantías constitucionales -reeducación, reinserción- y a olvidarse que el preso Montes Neira ha sido indultado tras haber permanecido 36 años en prisión sin delitos de sangre.

Gallardón despeja las inquietudes plebiscitarias incurriendo, incluso, en la incoherencia. Por un lado se convierte al delincuente menor de edad en una especie adulto experimental. Por otro se rebaja a la inopia la madurez de las chicas de 16 y 17 años embarazadas accidentalmente.

No pueden abortar sin el permiso de los padres, pero no se requiere su autoridad para casarse ni para implantarse silicona, de tal forma que el discurso gallardoniano entronca con el mantra de la falta de valores, reivindica el edén de la disciplina familiar y antepone la incolumidad del nasciturus desde una fórmula pintoresca: el derecho a la vida no lo decide la conciencia de la madre sino el veredicto de los abuelos en una carambola doméstica.

Siempre y cuando, como parece, las intenciones del ministro no trasciendan la mera rectificación de la ley que Zapatero promovió en 2010. Gallardón estaba obligado a «revocarla» porque el PP la cuestionó ante el Constitucional, pero las ambiciones de la contrarreforma conllevan una regresión al escenario de 1985.

Interviene un factor sentimental inesperado: Gallardón insinúa en 2012 el mismo argumentario que su padre opuso a le ley de Felipe hace 27 años. La diferencia es que las madres en pecado mortal no tendrán que viajar únicamente a Londres. Podrán aliviarse en otras legislaciones europeas que preservan la ley de los patriarcas y de los legisladores totémicos.

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